Por: Fernando Buen Abad.
Bajo el capitalismo, la protesta se metaboliza de manera conservadora. Se profesionaliza, se legaliza y se difunde en los medios de masas.

En la lógica de toda transformación es paso obligado inconformarse, protestar. Al ascender sus fases de desarrollo hacia la práctica, todo proceso tiende a modificarse, tensionado por la dialéctica que ya no permite a lo anterior permanecer en pie, mientras lo naciente no termina de incorporarse. Es de tal magnitud y complejidad dinámica el proceso que ocurre permanentemente en todo lo que vemos y vivimos, en lo particular y en lo colectivo. Es la vida misma.
Ese enjambre permanente de «transiciones» ocurre con la música que alguna vez nos gustó y ahora no tanto; pasa con las comidas, con las relaciones humanas, con los atuendos, con los afectos y con los pensamientos. Nada se detiene, aunque lloren los conservadores. Algunos han fundado, incluso, corrientes «filosóficas» para oponerse a los «cambios», han inventado religiones y también sectas. Han ideado trucos y emboscadas para el engaño con lo «quieto» y han prohijado movimientos políticos especializados en producir «cambios» falaces… para que nada cambie. Algunos se reconocen como reformistas o «gatopardos».
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